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Luchando contra la nostalgia del hogar

LARISA LARA GUERRERO  |  15 DE AGOSTO 2020  |  ROUTED Nº11
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Imágenes cortesía de la autora.

En los últimos diez años, me he mudado ocho veces en cuatro países diferentes. Como resultado de esta movilidad, me defino como una transmigrante. Hasta cierto punto, siento que pertenezco a estos cuatro países. Puedo identificar fácilmente en un mapa mi biblioteca, cafetería o restaurante favorito en la Ciudad de México, Oxford, Londres, París y Bruselas. Tengo lazos emocionales y recuerdos ligados a estos múltiples territorios que alguna vez llamé mi hogar. 

 

Sin embargo, debo decir que la Ciudad de México es diferente de las otras. México es mi país de origen y me siento más arraigada a ese territorio. Nací y crecí allí y todavía me atrae el aroma particular de los chiles asados que cubren las cocinas mexicanas cada fin de semana. Sin embargo, lo que más extraño de México es la espontaneidad de su gente, que se manifiesta en las arenas de la lucha libre. 

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La lucha libre mexicana es más que una simple pelea; es un espectáculo colorido entre luchadores que participan en dramáticas acrobacias en un ring. Cada uno de sus movimientos y giros está acompañado de una intensa interacción con el público que grita impulsivamente para apoyar a su luchador favorito. La atmósfera eufórica y convival captura la alegría y la improvisación que más extraño de mi país. Desde que me fui en 2010, decidí viajar siempre con una máscara de luchador en mi maleta. Con ella he logrado recordar los momentos felices que pasé con mis amigos en México, sentirme cerca de las tradiciones surrealistas de mi nación y compartir las particularidades de la lucha libre con mis nuevos amigos. También se ha convertido en un elemento habitual en mis fotografías de viaje. Últimamente, he usado mi máscara para crear diseños e imágenes originales para poner una sonrisa en las caras de la gente durante esta época de crisis.

Las máscaras de lucha libre resguardan historias y significados. Para un luchador mexicano, una máscara define su personalidad e incluso simboliza su orgullo y honor. De hecho, entre las mayores vergüenzas de un luchador está la de perder su máscara durante la lucha en el ring. Para mí, mi máscara preserva recuerdos. Me hace pensar en los fines de semana en la Ciudad de México cuando de niña tenía que acompañar a mi madre a algunos eventos deportivos especiales. Ella es ortopedista y experta en medicina del deporte, por lo tanto, de vez en cuando, tenía que ocuparse de luchadores heridos. 

 

Las máscaras también me recuerdan mis visitas al Mercado de Sonora en la Ciudad de México desde 2010. Cada vez que visito a mi familia en México, trato de ir a este ecléctico mercado para conseguir máscaras para mis amigos en Europa. Este mercado es un lugar único ya que se especializa por un lado en artículos para fiestas como globos y disfraces, y por otro lado en artefactos esotéricos y religiosos que la gente usa para rituales paganos, incluyendo hierbas ancestrales, velas y objetos “mágicos”.

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Al mismo tiempo, las máscaras me han permitido construir un puente entre mi país de origen y mi país de residencia. Uno de los mejores ejemplos fue en 2015 cuando el Royal Albert Hall organizó un espectáculo de lucha libre. Por mis experiencias en México, jamás me hubiera imaginado que uno de los teatros más prestigiosos de Londres albergaría un evento tan folclórico y exuberante. Estaba emocionada y me apresuré a contarle a mi familia en México sobre el evento. Para asegurarme de que entendieran la naturaleza del espectáculo, usé analogías: “El Royal Albert Hall es como el Palacio de Bellas Artes de México o la Ópera Garnier de París”. El evento fue un éxito y esa noche se convirtió en una de las más memorables al ver como mis amigos gritaban sin control desde elegantes sillones de terciopelo rojo. 

 

Finalmente, mi máscara me ha acompañado en importantes acontecimientos como las celebraciones tras mis últimos exámenes en la Universidad de Oxford, mi boda, mi primera conferencia académica y mis viajes. Cuando visito lugares nuevos, siempre llevo mi máscara azul y me hago una foto delante de los sitios más emblemáticos como el Taj Mahal, el Coliseo o Machu Picchu. Además de las imágenes, lo que más me gusta de esta tradición es observar cómo despierta la curiosidad de la gente y cómo suscita conversaciones con otros viajeros o con los locales. En definitiva, mi máscara se ha convertido en un vehículo para reafirmar mi identidad, un baúl de recuerdos felices y una herramienta para compartir historias que hacen que la gente sonría.

Larisa Lara Guerrero

Larisa Lara Guerrero es investigadora doctoral en la Universidad de Lieja y la Universidad de París. Sus áreas de interés incluyen las políticas de emigración, las diásporas en los conflictos y el transnacionalismo político. Le gustan la pintura, la fotografía y la visualización de datos.

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