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Orgullosamente bicultural: cómo las experiencias migratorias de mi abuelo transformaron mi conexión entre Estados Unidos y México

GUADALUPE CHAVEZ  |  15 DE AGOSTO 2020 |  TRADUCIDO DEL INGLÉS  |  ROUTED Nº11
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Fotografía del abuelo de la autora tomada en Central Park, Nueva York, 1975. Cortesía de la familia de la autora.

Conservar fotografías es una parte integral de la cultura de mi familia, moldeada por las políticas migratorias de EE.UU. que restringen la movilidad de mi familia a través de la frontera entre EE.UU. y México. Mi familia se apoya en las fotografías para recordar a quienes han fallecido a ambos lados de la frontera y como medio de permanecer en contacto con nuestros seres queridos a través del espacio y el tiempo. Aunque nací y crecí en EE.UU. y tengo el privilegio de poder viajar entre Ciudad de México y Nueva York, los álbumes de fotos de mi familia me reconfortan. Específicamente, hay una fotografía de mi abuelo tomada en 1975 en Central Park que despertó mi curiosidad por entender y documentar su viaje migratorio a EE.UU. Sus luchas como bracero, como antiguo migrante indocumentado en Nueva York y como retornado forzoso fueron decisivas para dar forma a mi identidad bicultural —esto es, mi conexión y sentido de pertenencia tanto a México como a EE.UU. Las luchas y la precariedad de mi abuelo a ambos lados de la frontera me impulsaron a desarrollar una conexión entre los dos países arraigada en la solidaridad, la movilidad y la lucha por la liberación de los regímenes fronterizos.

 

Mi abuelo fue la primera persona de la familia en migrar a EE.UU. en 1959 con el Programa Bracero. El Programa Bracero (1942-1964) fue el programa de trabajadores temporales de mayor duración, implementado a través de una serie de acuerdos bilaterales entre EE.UU. y México. Para el gobierno estadounidense, el papel de los braceros era servir como “proveedores de mano de obra” para cubrir la escasez de trabajadores consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. Pero los braceros no ocuparon los puestos de trabajo de estadounidenses: trabajaban en grandes compañías agrícolas y ferroviarias, que se beneficiaron de la mano de obra barata, flexible y temporal de los mexicanos. Los braceros como mi abuelo sufrían las condiciones insalubres y de explotación impuestas por los contratistas. Aunque mi abuelo tenía una autorización temporal, él y otros braceros tenían que demostrar su situación legal a diario en los campos y en los espacios públicos para evitar ser arrestados o incluso deportados por el Immigration and Naturalization Service (“Servicio de Inmigración y Naturalización” o INS). Tenía que llevar consigo una “mica”, el documento de identificación de trabajador extranjero, como prueba de su permiso temporal.

 

Una vez terminado su contrato de seis meses, mi abuelo regresó a México y trabajó en una fábrica local de envases, pero acabaron por despedirlo. Su familia crecía y las oportunidades económicas eran limitadas, con lo que mi abuelo volvió a migrar a EE.UU. en 1975, esta vez a Nueva York, un destino en auge para los migrantes mexicanos. Decidió migrar a Nueva York porque las condiciones laborales eran menos abusivas y los salarios eran más altos. Además, en una ciudad a millas de distancia de la frontera entre EE.UU. y México, pensó que la aplicación de las leyes migratorias sería menos estricta. Una mañana temprano, alrededor de las 8, un hombre paró a mi abuelo de camino al trabajo, cuando se dirigía a la estación de metro. El hombre, que resultó ser un agente del INS encubierto, le preguntó a mi abuelo si tenía “papeles”. Mi abuelo le respondió: “No señor no tengo papeles”, y fue arrestado e introducido a la fuerza en un vehículo junto a otros migrantes. Después de llegar a la oficina del INS, oficiales interrogaron a mi abuelo y le dieron la “opción” de marcharse de EE.UU. como una “salida voluntaria” o a través de un procedimiento formal de expulsión. El agente le explicó que si se marchaba mediante una salida voluntaria, el gobierno federal no le impondría la prohibición de volver a entrar en el país en el futuro. Según el historiador Adam Goodman, las salidas voluntarias fueron una táctica útil para el INS en el siglo XX, dado que “funcionaban como una medida de ahorro, ya que minimizaban los gastos relacionados con la detención y reducían el número de audiencias judiciales de inmigración”. Mi abuelo estuvo detenido durante tres días y al cuarto día un agente del INS lo llevó al aeropuerto. Se estima que el 90% de los migrantes expulsados de EE.UU. durante el siglo XX a través de salidas voluntarias fueron mexicanos.

 

Tras su retorno forzoso a México en 1975, mi abuelo estaba traumatizado y fuera de lugar. Le llevó tiempo conseguir empleo y recuperarse mentalmente de las condiciones de precariedad que había experimentado en Nueva York. Cuando le pregunté si había recibido apoyo del gobierno mexicano después de su retorno forzoso, mi abuelo se rió con sarcasmo y dijo: “El gobierno mexicano solo se preocupa por nosotros [los migrantes mexicanos] cuando vivimos en EE.UU.”. Su experiencia como retornado me motivó a analizar cómo han respondido las instituciones mexicanas a las deportaciones masivas de mexicanos desde EE.UU., entrevistando a funcionarios federales y locales de los estados y a miembros de ONG locales. Aunque la migración de retorno no es necesariamente un nuevo patrón de las migraciones en México, desde los años 70 el número de deportaciones desde EE.UU. se ha disparado. Según los datos del Departamento de Seguridad Nacional estadounidense, alrededor de 6 millones de mexicanos fueron deportados desde EE.UU. entre 2002 y 2017.

 

Las olas contemporáneas de migración de retorno a México desde EE.UU. se caracterizan por ser involuntarias y por el alto porcentaje de retornados que han vivido periodos extensos en EE.UU. y por tanto tienen fuertes lazos culturales con sus comunidades anteriores, lo que complica los parámetros de ciudadanía y membresía después de su retorno forzoso. Esto plantea desafíos singulares al gobierno de México. Las respuestas del gobierno federal a la deportación masiva de sus ciudadanos continúan siendo mínimas y de corto alcance. El gobierno federal ha puesto en marcha el Programa de Repatriación Humana con el objetivo de asistir a los deportados inmediatamente después de que los agentes de inmigración estadounidenses los “entreguen” en los puntos de entrada de la frontera norte mexicana o en el aeropuerto internacional de Ciudad de México. El programa proporciona a los deportados una pequeña cesta de comida y referencias a albergues, hospitales y agencias de empleo.

 

Sin embargo, este programa federal no ofrece orientación sobre cómo interactuar y abrirse camino en las instituciones políticas mexicanas, ni ayuda a los deportados a solicitar documentos de identificación, como certificados de nacimiento o credenciales del INE (la tarjeta de identificación de los votantes mexicanos). Estos son documentos esenciales para acceder a las oportunidades educativas y de empleo, abrir cuentas de banco y acceder a los servicios sanitarios y sociales. En pocas palabras, las respuestas del gobierno federal mexicano carecen de mecanismos para apoyar el bienestar de los deportados, dejándolos en condiciones de vulnerabilidad y precariedad. Como resultado, las organizaciones comunitarias están llenando los vacíos que las instituciones gubernamentales no están abordando 

 

Aunque mi abuelo ya no está con nosotros, las fotografías que dejó, como la de Central Park de 1975, son un poderoso recuerdo de la complejidad, las luchas y los movimientos multifacéticos  de los migrantes mexicanos a través de las regiones fronterizas de EE.UU. y México en los siglos XX y XXI. Esta foto despertó mi curiosidad por captar las experiencias cotidianas de mi abuelo como bracero, como antiguo migrante indocumentado y como retornado a través de una serie de entrevistas y conversaciones antes de que falleciera . Esta búsqueda me ha impulsado a desarrollar una perspectiva crítica sobre cómo EE.UU. y México abordan el tema de la migración, y a participar en las luchas políticas en  ambos lados de la frontera por la movilidad, la reagrupación familiar y el acceso a los derechos sociales de las comunidades indocumentadas y deportadas. En definitiva, las experiencias migratorias  de mi abuelo me ha permitido desarrollar un compromiso social crítico a través de las fronteras, dando forma a mi identidad bicultural —una identidad ligada a múltiples espacios que trascienden fronteras, una identidad que no está necesariamente basada en la nacionalidad o la ciudadanía sino en las luchas y la solidaridad.

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Guadalupe Chavez

Guadalupe Chavez comenzará un Doctorado en Política en la Universidad de Oxford este otoño. Anteriormente trabajó en el Center for Migration Studies (CMS) como asistente interina editorial y de producción, donde gestionaba el proceso administrativo y editorial de las revistas académicas del CMS incluidas International Migration Review y Journal on Migration and Human Security. Guadalupe también recibió la beca de investigación Fulbright-García Robles 2018-2019 en Ciudad de México. Su investigación se interesa por la política post-deportaciones en el contexto latinoamericano, la política migratoria comparada y las teorías de ciudadanía.

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