Armando rompecabezas en Hungría
MARA TISSERA LUNA | 24 DE OCTUBRE 2020 | ROUTED Nº12
Ceremonia de graduación de la CEU, 2017. Cortesía de la autora.
Desde 2002 estudié o trabajé en Nueva Zelanda, Francia, Italia, Kazajistán, Portugal y Hungría. Siempre pensé que la sociedad y la cultura de cada país en el que viví eran un enigma a develar, como un rompecabezas que tenía que armar con los lugares que visitaba, las investigaciones que leía, mis charlas con los nacionales y con otros extranjeros.
Caí en Budapest en paracaídas en septiembre de 2015 para estudiar un máster en políticas públicas en la Central European University (CEU) por dos años. No conocía Hungría antes de mudarme, pero me atrajo una beca completa de estudios. En el mismo mes dejé mi trabajo en una ONG en Buenos Aires, recibí mi título de antropóloga, me mudé de continente, empecé el máster con estudiantes de cien países, y conocí a mi novio húngaro, quien se convertiría en mi esposo cinco años después.
“Esto en Europa sí pasa”: un tipo de shock cultural diferente
La realidad social húngara fue como un rompecabezas de mil piezas que pude unir después de muchos meses de leer, conversar con mis compañeros y profesores de la universidad y con mis colegas, y considerar varios puntos de vista. Juntando cientos de piezas logré formar la explicación a la actitud del gobierno hacia los migrantes que trataban de cruzar Hungría (para seguir el viaje hacia los países del norte y noroeste europeo, en donde finalmente buscarían asilo) durante y después del “largo verano de la migración” de 2015. La hostilidad del Estado y de muchos medios de comunicación húngaros hacia las filas de hombres, mujeres, niños y niñas de países en guerra (Afganistán, Iraq, Siria) me golpearon como un camión a 120 kilómetros por hora. ¿Cómo era posible que un país del que habían huido cientos de miles de personas buscando paz (en especial durante las Guerras Mundiales y el régimen comunista) ahora cerrara las puertas a otras personas que escapaban la guerra?
Con el pasar de los meses aprendí que esta hostilidad hacia los migrantes era consecuencia del clima político creado por el gobierno de Viktor Orbán, que había empezado su segundo mandato como Primer Ministro en el 2010. Con la misma inclinación por el autoritarismo que Jair Bolsonaro, y la misma facilidad de discriminar a los migrantes que Donald Trump, Orbán es, sin embargo, un político bien formado, audaz e inteligente, que carece igualmente de escrúpulos.
En 2015, el gobierno construyó una cerca de alambre de cuchillas de cuatro metros de alto y 523 kilómetros a lo largo de las fronteras con Serbia y Croacia para impedir la entrada de migrantes y creó dos campos de detención en donde encerraba en containers, hasta hace unos meses, a los solicitantes de asilo (incluyendo familias con niños). Desde 2015, todos los años hay en Hungría campañas estatales mediáticas anti-migrantes, islamófobas y anti-Unión Europea que incluyen teorías de la conspiración y fake news.
En 2017, el año que terminé el máster en políticas públicas, el “regalo” de graduación del Primer Ministro fue la lenta expulsión de Hungría de mi universidad, por medio de una nueva ley de educación superior, por considerarla “enemiga pública” del gobierno y por ser uno de los bolsones de pensamiento progresista en Hungría. En 2017 y 2018 se sancionaron leyes para dificultar el trabajo de organizaciones no gubernamentales que ayudasen a migrantes o refugiados o que fuesen críticas del gobierno, también acusadas de ser “enemigas públicas” (el gobierno incluso publicó una lista negra). En 2018, el gobierno cerró las carreras de estudios de género de la CEU y la universidad estatal ELTE. Como resultado de todas estas y muchas otras políticas, en 2020 Hungría se convirtió en el único país de la Unión Europea que no califica como una democracia, según el barómetro de Freedom House, y es hoy un lugar menos tolerante hacia aquellos que somos o pensamos diferente. Esta fue la causa, en gran parte, de que la mayoría de mis amigos y amigas del máster (incluso los húngaros) se mudaran de Hungría después de terminar el máster.
La vida en Budapest luego de la universidad
Después de terminar los estudios, me fui adaptando a las circunstancias de a poco. Me ayudó mucho entender que era posible tener miles de pensamientos y sentimientos diferentes (y hasta contradictorios) sobre el país y sobre mi vida en el transcurso de un mismo día.
Así como puedo comer chicle y caminar al mismo tiempo, en la misma caminata puedo maravillarme con el Danubio y los puentes de Budapest como si los descubriera por primera vez; sentirme sola, como las casitas en medio de la montaña que vemos desde un avión, por la ausencia de mis amigos de la CEU en la ciudad y por estar lejos de Buenos Aires; sentir que tengo la misma suerte de alguien que ganó la lotería por haber conocido a mi esposo; sentirme aislada por la barrera lingüística que me lleva a tener malentendidos con los húngaros; y valorar que, gracias a la arquitectura de Budapest, una historia milenaria se convirtió en mi realidad cotidiana. Además, las memorias que recolecté durante los dos años que estuve estudiando me hacen sonreír en los rincones de la ciudad en los que estuve con mis amigos y amigas de la CEU.
Desde que llegué, la principal dificultad para entender lo que pasaba a mi alrededor fue siempre la barrera idiomática de diez metros. Tuve intervalos de meses en los que me torturé con clases intensivas y meses en los que regalé todos mis libros, hasta llegar a un punto en el que me conformaba con comunicarme con las mismas frases que una nena de cuatro años usaría. Así, cuando converso con mi familia húngara y quiero transmitirles mi idea de que “la hostilidad hacia los migrantes es el resultado de la instrumentalización de narrativas xenófobas por el gobierno de Viktor Orbán para legitimarse”, tengo que limitarme a explicarles con palabras simples: “gobierno: malo; Viktor Orbán: malvado; migrantes: tristes”.
También me adapté a todas esas cosas del invierno que tanto odiaba: a las temperaturas bajo cero que hacen que el agua que cae de los techos se convierta en estalactitas, a los días gris plomo, a los atardeceres a las cuatro de la tarde, y a las ganas de no hacer nada. Me amigué con la idea de que pueden existir cuatro momentos del año bien definidos y transitorios, y que uno de ellos nos permite ocuparnos con actividades más analíticas y reflexivas.
Finalmente, la CEU se mudó a Austria en 2019 para escapar al hostigamiento del gobierno. En octubre de 2020, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea dictaminó que la ley de educación superior que el gobierno había aprobado en 2017 es contraria al derecho europeo, pero no hay vuelta atrás para una mudanza de semejante tamaño y complejidad. Además, hubo un deterioro del derecho a la libertad de educación durante y luego de la salida de la CEU, evidenciado en la reestructuración de varias instituciones de educación superior y de investigación nacionales (la más reciente es la de la Universidad de Teatro y Artes Cinematográficas).
Por un lado, como la ley de educación superior de 2017 tenía como único blanco a la CEU, el resto de las universidades siguen operando y reciben estudiantes internacionales. De hecho, las universidades nacionales tradicionalmente cuentan con programas prestigiosos que atraen a estudiantes internacionales en varias disciplinas (por ejemplo, las ciencias de la vida y de la salud). Además, a pesar de su retórica xenófoba, el gobierno continúa otorgando becas a estudiantes de países del Sur Global. Según la profesora de estudios sobre migración de Georgetown University, Dr. Elżbieta Goździak, estas becas avanzan el objetivo de control migratorio del gobierno, ya que le permiten decidir “a qué tipo de persona se le permite la entrada al país, y, fundamentalmente, cuánto se pueden quedar”.
Por otro lado, la salida de la CEU seguramente borró a Hungría del mapa de más de un candidato internacional. La CEU atraía a estudiantes de más de cien países y de diferentes orígenes, culturas, religiones y clases sociales, que de otra manera no habrían elegido estudiar aquí. Para muchos de nosotros, lo que nos atrajo a Hungría fue la oportunidad de acceder a una educación en inglés, cosmopolita, de alta calidad y en una variedad tan amplia de áreas, sumada a las becas y a los bajos costos de vida en Budapest en relación a otras ciudades de la UE. Lo que es más importante, la CEU era una de las pocas entidades opositoras al gobierno (junto con otras instituciones educativas y algunas ONG nacionales y organizaciones internacionales) en las que se investigaba en profundidad, se discutía y se resistía el avance de la derecha conservadora nacionalista xenófoba y anti-derechos en Hungría. Su papel va a ser muy difícil de reemplazar.
Mara Tissera Luna
Mara Tissera Luna (@maratisseraluna) es argentina y vive en Hungría desde 2015. Estudió en la Universidad de Buenos Aires y en la School of Public Policy de la Central European University, y trabaja en proyectos relacionados con refugiados en una ONG húngara de derechos humanos.