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Los espacios intermedios: Memoria social en el campo de refugiados de Dzaleka

EMMANUEL CHIMA  |  15 DE AGOSTO 2020 |  TRADUCIDO DEL INGLÉS  |  ROUTED Nº11
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El campo de Dzaleka. Imagen de Pablo Andrés García en Wikimedia Commons (CC BY-SA 4.0). 

En la relativamente pequeña nación de Malawi, en el sudeste de África, se encuentra la comunidad multilingüe y multiétnica del Campo de Refugiados de Dzaleka. Los refugiados del campo son principalmente de Burundi, República Democrática del Congo (RDC) y Ruanda, y hay también pequeñas comunidades somalíes y de otros países. El swahili se ha convertido en la lengua franca del campo, donde también se habla lingala, francés, kiñaruanda y kirundi. Creado en 1994 después del genocidio de Ruanda, la mayoría de sus residentes actuales llegaron huyendo de distintos conflictos en la región de los Grandes Lagos. Anteriormente, el campo había sido una prisión de máxima seguridad; el nombre “Dzaleka” viene del chichewa N’dzaleka, que significa “no lo volveré a hacer más”. Muchos residentes han vivido durante años en el campo, convirtiéndolo de facto en una situación de refugiados de larga data que alberga a más de 46.000 residentes.

 

Los residentes del campo siguen adelante con sus vidas como buenamente pueden, mientras esperan por una salida, sobre todo a través del reasentamiento de refugiados y, de manera mucho más limitada, de la integración local. Malawi no ofrece vías de acceso a la ciudadanía bien definidas para los refugiados. Mientras las personas esperan pacientemente a que se termine su etapa como refugiados, van produciendo una cultura del campo. Esta se hace visible en los eventos y lugares comunitarios del campo, como la kipompa (“bomba de agua” en swahili), el proceso de distribución de comida, conocido como mapokezi (“recibir” en swahili), y el animado día de mercado, conocido coloquialmente como Mardi marché (literalmente “Martes mercado” en francés, que sería marché du mardi en francés estándar). Por ellos fluyen las dinámicas unificadoras que componen las “pequeñas cosas” de la vida cotidiana en el campo. A lo largo del tiempo, también han quedado preservadas en la memoria social de la vida en el campo como escenarios fundamentales y marcadores temporales. Esto es así porque las interacciones que se dan dentro de los grupos étnicos en Dzaleka no son tan frecuentes ni regulares como los que simplemente ocurren en los espacios compartidos del campo: la vida social en común, las dificultades compartidas y las características comunes de una nueva residencia, que es a la vez un mosaico de culturas y una cultura en sí misma.

En Dzaleka, uno puede estar seguro de encontrar personas en la bomba de agua en las primeras horas de la mañana, así como en lo más profundo de la noche. El ruido de las partes metálicas de la bomba y del agua que sale a borbotones son una característica invariable del sonido de fondo del campo. A pesar de ser un área periurbana, a menos de 50 kilómetros de Lilongwe, la capital malauí, la red pública de depuración y distribución de aguas no llega hasta el campo. Sin este acceso vital al agua corriente, los residentes del campo dependen de las bombas de agua situadas en cada zona del campo. El número de bombas de agua disponibles no es proporcional a la población del campo; y lo que es aún peor, no siempre funcionan. A nivel individual, esto se traduce en tener que hacer largas colas para sacar agua con la bomba. Toda la jornada se organiza en torno a ir a buscar agua, sin la que no pueden realizarse las tareas domésticas básicas. Esta experiencia común de buscar agua y la cantidad de tiempo que lleva han creado un sentimiento de comunidad. Como tal, no es raro oír de amistades y romances que comenzaron con la cháchara y la frustración compartida en la kipompa.

Todos los meses sin excepción puede verse una cola que parece no tener fin cerca de la entrada administrativa al campo. Este panorama es el ejercicio mensual de distribución de alimentos que realiza el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Se sirve a los residentes en función del tamaño de la unidad familiar, en orden descendente, empezando por los hogares más numerosos y terminando por las personas que viven solas. Aunque este ejercicio es esencial para la supervivencia en el campo, muchos residentes manifestaron que la experiencia socava su dignidad. Las largas esperas son frustrantes y los incidentes, como cuando una persona se cuela, son recibidos por los demás con desaprobación y protestas. En estos momentos de “desorden”, el personal administrativo se vuelve despótico, gritando órdenes y conduciendo a la gente con gestos descorteses. De manera similar, también atentan contra la dignidad las restricciones al lugar de residencia y a los desplazamientos internos impuestas a los refugiados en Malawi. Se requiere un permiso expreso de la oficina del Administrador del Campo antes de salir de este. Este justificante es conocido popularmente como kibali (“aprobación” en swahili). Tener que presentar el kibali en los controles policiales de carretera suele ser una experiencia humillante. A través de esta lucha compartida por conservar la dignidad al vivir en el campo, los residentes de Dzaleka intercambian experiencias y reflexiones personales y encuentran solidaridad en otros refugiados.

Todos los martes, el amanecer trae consigo un enjambre de autobuses, camiones y camionetas que transportan a comerciantes y mercancías para el día de mercado en Dzaleka. Por su parte, los vendedores locales trasladan sus puestos del mercado ordinario del campo a una explanada en la que se celebra el día de mercado. Mardi marché ha crecido hasta convertirse en una parte integral del tejido cultural local. La costumbre de tener un día de mercado no es exclusiva de Dzaleka; se trata de una tradición longeva en Malawi y en toda África. No obstante, el día de mercado en el campo es distinto por sus mercancías, algunas de las cuales reflejan la diversidad cultural en la comunidad. Puedes encontrar una variedad de telas de colores brillantes, los kitenges, con los que se puede pedir a un sastre congoleño que te haga un traje de estilo sapeur, una subcultura de alta costura vistosa con influencias francesas y belgas, introducida en el campo por los refugiados procedentes de R.D.C. Otra particularidad disponible en el mercado son las exquisiteces del Este de África, como los chapati (pan ácimo) y mandazi (buñuelos), que se disfrutan aún más acompañados con una taza de chai (tea), servido en las teterías que hay en el mercado y en todo el campo. También se venden artículos que se pueden encontrar en cualquier mercado de Malawi, como productos agrícolas y objetos variados como pilas de un solo uso y fiambreras. Los clientes del mercado son tanto refugiados como ciudadanos malauíes. El mercado es a la vez una oportunidad para obtener un ingreso adicional y una actividad que ayuda a los miembros de la comunidad a integrarse entre sí y con una comunidad más amplia.

Las actividades rutinarias que son esenciales para la supervivencia se han vuelto también características de la vida en el campo, dándole una conciencia colectiva propia y distinta. Son las pequeñas cosas triviales las que arraigan la vida en el limbo en el campo de refugiados de Dzaleka y mantienen unida a la comunidad cada día.

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Emmanuel Chima

Emmanuel Chima es estudiante de doctorado en la Escuela de Trabajo Social en Michigan State University. Su investigación estudia el trauma y el bienestar psicosocial entre los jóvenes refugiados y adultos mayores. Trabajó en el campo de refugiados de Dzaleka en Malawi entre 2015 y 2017. Email: chimaemm@msu.edu.

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