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Espacios blancos, espacios negros: Transporte, trazado de fronteras y subjetividad entre Zimbabue y Sudáfrica

KHANYILE MLOTSHWA  |  18 DE ABRIL 2020  |  ROUTED Nº9   |  TRADUCIDO DEL INGLÉS
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El nuevo puente sobre el río Limpopo que une Zimbabue y Sudáfrica en el puesto fronterizo de Beitbridge. El viejo puente está ahora reservado para el paso peatonal. Imagen de Macvivo en Wikimedia Commons (CC BY 3.0).

Estamos a 4 de enero de 2019 y el puesto fronterizo entre Zimbabue y Sudáfrica en Beitbridge está abarrotado de personas de distintos lugares de África Subsahariana, algunos procedentes de países tan lejanos como Malawi. Todos ellos se dirigen a Sudáfrica para reincorporarse al trabajo en el año que comienza. Sudáfrica es la segunda mayor economía de África Subsahariana detrás de Nigeria y atrae a muchos trabajadores migrantes, desde profesionales hasta trabajadores de la construcción y empleados de los servicios poco cualificados del sector turístico. En cuanto el autobús alcanza la frontera, el conductor pide a los pasajeros que se bajen para que les sellen sus pasaportes y crucen luego a pie el puente hasta la orilla sudafricana. Este no es el procedimiento habitual. Normalmente, los viajeros regresan al autobús después de que les sellen el pasaporte. No obstante, debido al número de personas que viajan en esta época, las autoridades fronterizas toman precauciones extra para asegurarse de que no se permite el paso de nada “ilegal” (incluidas las personas que quieran saltar la frontera). Este artículo, basado en parte del trabajo de campo que realicé para mi tesis, pone en relieve la conexión entre el transporte, las infraestructuras de transporte como aeropuertos y carreteras, y la ilegalización de los migrantes (Bleiker 2012). Los aeropuertos y los aviones hacen que los viajeros sean más visibles a ojos del Estado y confieren el estatus de legalidad, aceptabilidad y deseabilidad, mientras que los vehículos privados más pequeños ofrecen la posibilidad de pasar la frontera terrestre sin ser visto, construyendo socialmente así a sus pasajeros como sospechosos.

La fortaleza O.R. Tambo

El aeropuerto O.R. Tambo en Johannesburgo lleva el nombre de Oliver Reginald Tambo, el líder del Congreso Nacional Africano durante la lucha contra el apartheid. Se trata del aeropuerto con mayor tráfico de Sudáfrica y del continente entero. Como muchos aeropuertos, es una zona fronteriza en tanto que funciona como un filtro de quién entra y quién sale del país. Al acercarse a los mostradores del control de pasaportes, el viajero tiene que mirar a las cámaras de seguridad para que le graben. Es un punto nacional estratégico, con lo que el volumen de seguridad alrededor del aeropuerto es tal que resulta difícil que algo o alguien pueda adentrarse en el país desde allí. Dado que las fronteras permiten tanto entrar como salir, esto significa que también es difícil que algo o alguien “indeseable” abandone el país a través del aeropuerto. Quienes viajan en avión tienen por tanto muy pocas posibilidades de ser migrantes ilegalizados. La migración ilegalizada está ligada a la idea de que hay algunas personas que son libres de migrar porque ofrecen algo a la nación receptora, y hay otras que no. Esta es la eterna dicotomía entre los inmigrantes “buenos” y “malos”, los que merecen un trato digno y los que no. Aquellos que tienen papeles son los “migrantes buenos” y aquellos que no los tienen son los “migrantes malos”. Los aeropuertos son sobre todo espacios para los buenos migrantes. Los migrantes “falsos”, que no merecen entrar, son percibidos como una carga para los recursos de la nación receptora sin contribuir a ella con ningún beneficio (Sales 2002). Zygmunt Bauman (1996) divide a los migrantes entre turistas (los buenos) y vagabundos (los malos). Entre Sudáfrica y el resto del continente, el transporte que emplean es también parte de la infraestructura que construye socialmente a los migrantes como buenos o malos.

El poroso puesto fronterizo de Beitbridge

Los migrantes que viajan por carretera tienen más posibilidades de ser ilegalizados o de incluir un alto porcentaje de inmigrantes irregulares. La polícia en la autopista N1 detiene a los vehículos y exige ver pasaportes sellados con una fecha válida. El 4 de enero de 2019, el autobús había salido de Bulawayo (Zimbabue) por la mañana y llegó a la frontera por la tarde. Normalmente, los autobuses entre Zimbabue y Johannesburgo viajan durante la noche, para evitar los cortes de carretera. En la entrada al puente que lleva al lado sudafricano de la frontera, los guardias zimbabuenses están controlando los pasaportes, asegurándose de que tienen un sello válido antes de dejar pasar a quienes los enseñan. La cola avanza con rapidez. Hay una mujer a la que han apartado de la cola. Está mostrando su pasaporte y algunos billetes sudafricanos. Es probable que el pasaporte no sea suyo y el guardia fronterizo se ha dado cuenta. Emprende una negociación intensa con la agente que está a su lado. Ella la escucha, con un gesto que indica que de momento no tiene intenciones de acceder a lo que le está pidiendo. Caminando por el largo puente sobre el río Limpopo se pueden ver grupos de personas ocultas en los arbustos, a unos pocos metros de la frontera. Pretenden saltarse la frontera y nadar hasta el otro lado del río. Puede verse también a los soldados patrullando en la orilla sudafricana. Muchos de los que cruzan así la frontera encuentran que su medio de transporte (vehículos pequeños o minibuses de 14 asientos) está operado por los omalayitsha, comerciantes de contrabando entre Zimbabue y Sudáfrica, que los esperan del otro lado de la frontera.

Historia de dos fronteras

Así como el aeropuerto O.R. Tambo es eficaz al dejar entrar en Sudáfrica solo a la clase turista, el puesto fronterizo de Beitbridge es poroso y fracasa a la hora de prevenir que entren los “vagabundos”. Esto está relacionado con el modo de transporte al que van asociados. Los aviones confieren el estatus de legalidad, aceptabilidad y deseabilidad. Las fronteras de todo el mundo están abiertas al capital y cerradas a muchas personas; se considera que el avión transporta turistas y las inversiones que estos conllevan. Por el contrario, los vehículos terrestres como los autobuses, los minibuses y otros coches pequeños hacen que sus pasajeros sean percibidos como “sospechosos”. Las fronteras vinculadas a medios de transporte terrestre tienen la función de evitar que las personas entren, en lugar de facilitar su movimiento. Los autobuses, los minibuses de 14 asientos y los vehículos pequeños suelen transportar sobre todo a los migrantes “que no lo merecen”, a los que se percibe como una carga para la economía del país. Además, los medios de transporte construyen la subjetividad de los migrantes de otras dos maneras. En primer lugar, el transporte que uno emplea está también condicionado por el barrio de la ciudad en el que viven los migrantes cuando llegan a Johannesburg. Quienes viajan en avión suelen vivir en zonas pudientes de las afueras, de densidad media, en las que la presencia policial es más escasa. Quienes viajan por carretera suelen vivir en los townships (asentamientos urbanos creados durante el apartheid para la población negra, N. de la T.), constantemente patrullados, o en espacios empobrecidos y marginales del centro donde los agentes de policía pide con regularidad los papeles. En segundo lugar, los medios de transporte también están sujetos a las divisiones raciale. Los aeropuertos son espacios blancos. Los puestos fronterizos terrestres son espacios blancos.

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Khanyile Mlotshwa

Khanyile Mlotshwa está realizando un doctorado en Estudios Culturales y sobre Medios de Comunicación en la Universidad de KwaZulu-Natal (UKZN) en Sudáfrica. Investiga sobre la articulación de los medios, las migraciones, la ciudad y las representaciones de la subjetividad negra africana en Sudáfrica tras el apartheid. Ha publicado parte de su trabajo en artículos científicos y capítulos de libros.

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