Internamiento de extranjeros y atención sanitaria en Island of Hungry Ghosts
MAX COHEN | 15 DE FEBRERO 2019 | ROUTED Nº1 | TRADUCIDO DEL INGLÉS
El Centro de Internamiento de Extranjeros en la Isla de Navidad. Imagen de DIAC images en Wikimedia Commons (CC BY 2.0).
Island of Hungry Ghosts (“La isla de los fantasmas hambrientos”, 2018) es un impactante documental de Gabrielle Brady que se sitúa en la Isla de Navidad, donde se dan cita una migración anual de millones de cangrejos rojos de la tierra al mar y uno de las infraestructuras externalizadas de detención de migrantes más notables de Australia. Filmado únicamente desde el punto de vista de la psicoterapeuta Poh Lin Lee, la película explora la perturbadora realidad del internamiento de extranjeros a través de los testimonios íntimos de personas detenidas en sesiones de terapia y las relaciones de Poh con su familia y su trabajo. Presenciar las sesiones de terapia con sujetos anónimos que relatan el trauma del peligroso viaje en barco y el segundo trauma de haber sido encerrados a su llegada a las costas de Australia es una experiencia incómoda para el espectador. Al principio, la narración en primera persona de la película parece usar más que escuchar las voces de los detenidos, ensalzando a la terapeuta Poh. Pero conforme avanza la película, esta arroja luz sobre un aspecto que suele tenerse poco en cuenta de la detención de migrantes: las vivencias de quienes trabajan en el sistema, en particular en el ámbito sanitario.
Durante los cuatro años que abarca el filme, las historias escuchadas en las sesiones de terapia y las instituciones en las que trabaja alteran ostensiblemente a Poh. Principalmente, Poh se siente frustrada por no poder ayudar a sus pacientes cuando estos no vienen a las sesiones porque los han desplazado dentro del complejo de detención australiano. La movilidad forzosa de los detenidos entre instalaciones de internamiento es algo que se ha registrado en centros de todo el mundo, incluyendo el Reino Unido, con implicaciones para los actores legales y políticos que intentan apoyar a aquellos atrapados en el sistema de detención. Es difícil para los profesionales de la salud y del derecho atender los casos de pacientes o clientes cuando su paradero es desconocido. La reacción de las autoridades de la isla frente a las preguntas de Poh es típicamente burocrática, proporcionando respuestas ambiguas sobre la localización y el bienestar de sus pacientes y enviándola en distintas direcciones. Además, Poh se preocupa porque cuando sus pacientes acuden a las sesiones, sólo ve cómo su salud se deteriora. Esto es algo que la terapeuta nunca ha experimentado en otros entornos, donde los profesionales de la salud pueden esperarse ver mejoras en el bienestar mental y físico de sus pacientes. La película acaba mostrando la compasión resignada de Poh por aquellos que terminan suicidándose en los centros de internamiento: “su vida es lo único sobre lo que sienten que aún tienen control”.
Al final, Poh se siente cómplice del sistema de detención, habiéndose reducido su labor de cuidado a un mero ejercicio de rellenar casillas para las autoridades de inmigración. Termina su contrato y se va de la Isla e Navidad con su familia. La experiencia de Poh es inquietante, pero no es un caso aislado en el ámbito del internamiento. El impacto de la detención sobre los profesionales de la salud y otros sectores es algo de lo que no se suele hablar en la política de inmigración. En 2017, la Asociación Médica Británica (BMA) publicó un informe sobre salud y derechos humanos en centros de internamiento británicos, haciendo un llamamiento a poner fin a la detención indefinida (el Reino Unido es el único país en Europa que carece de un límite reglamentario temporal a la reclusión). En este estudio exhaustivo se halló que muchos médicos que trabajan en centros de internamiento, así como los médicos de prisiones, denuncian “una sensación de profundo aislamiento profesional respecto a sus colegas en la comunidad”, una consecuencia de “la falta de apoyo profesional y supervisión clínica en el interior de su lugar de trabajo”. También se reporta la “falta de comprensión por parte de los médicos que trabajan en la comunidad y de la opinión pública”. El resultado es una especie de “servicio de Cenicienta”: infradotado de fondos y menospreciado.
Una consecuencia peligrosa de esto es que los médicos pueden habituarse de tal forma a las prácticas abusivas y negligentes que absorban la “cultura del recelo” que predomina en los entornos de reclusión: la presunción de que “los individuos que se quejan de problemas de salud física o mental… mienten o exageran, intentando manipular o trastocar el sistema”. En el caso de Poh, esta internaliza el sentimiento de rabia y pesimismo sobre el sistema, en lugar de replicar sus peores patologías. Pero su experiencia es habitual, y es bastante normal que los profesionales de la salud se marchen de los centros de detención.
Otro aspecto importante del documental es la forma en la que ilumina la invisibilidad de los centros de internamiento. Esto puede parecer una contradicción de términos, pero el secretismo y la invisibilidad de los centros de reclusión en todo el mundo tiene un propósito concreto. En la escena más memorable de la película, Poh se abre paso a machetazos entre la densa vegetación en algún lugar en el centro de la isla, hasta que logra abrir un claro con vistas a un acantilado. La cámara la sigue y la alcanza, dejando atrás la oscura e intrincada selva y revelando un vasto complejo industrial de internamiento, anidado en el paisaje natural de la isla. El centro es casi como una ciudad: hilera tras hilera de edificios de hormigón divididos por caminos estrictamente trazados y rodeados por una barrera fortificada. Sin embargo, según va enfocando la cámara, la imagen no parece otra cosa más que una prisión terrorífica. El hermetismo y la invisibilidad de los centros de internamiento es un componente central de las políticas de inmigración que tratan de mantener a las personas detenidas y las instituciones de reclusión “fuera de la vista y fuera del pensamiento”.
El aislamiento geográfico hace que sea difícil para los detenidos mantener el contacto con “familiares, compañeros de trabajo, amigos, recursos y potenciales defensores”. De mi propia experiencia como músico voluntario en el Centro de Internamiento de Extranjeros de Campsfield en el Reino Unido recuerdo el desconcierto ante el secretismo de la localización del lugar: no había ninguna señalización en la carretera, y para llegar tenía que ir en tren desde una remota estación en Oxfordshire, luego en taxi a través de campos anónimos y zonas boscosas, hasta que el centro de internamiento finalmente aparecía por la ventanilla del taxi.
La lejanía geográfica de los centros de internamiento se ve reforzada por el hecho de que su funcionamiento está en manos de empresas de seguridad privada, lo que los pone aún más fuera del alcance de la rendición de cuentas e introduce la lógica del beneficio en el sistema de detención. Las dos empresas que gestionan en conjunto más de la mitad de los contratos de prisiones en EE.UU. (incluyendo detención de extranjeros y ciudadanos), CoreCivic Inc. y Geo Group Inc., obtuvieron un beneficio combinado de más de 4000 millones de dólares en 2017. Serco, que tiene contratos para operar centros de internamiento en el Reino Unido y Australia (incluyendo las instalaciones en la Isla de Navidad), percibe unos ingresos anuales de alrededor de 3000 millones de libras. La detención es un gran negocio.
Durante la migración de los cangrejos rojos desde finales de octubre hasta diciembre, muchas carreteras en la Isla de Navidad están cerradas para prevenir que los millones de cangrejos sean atropellados por los vehículos. En esta foto no se puede ver ninguna indicación para el centro de internamiento. Foto de David Stanley en Flickr (CC BY 2.0).
La forma en que el internamiento se mantiene en secreto permite una cierta ignorancia por parte de los decisores políticos, que saben poco acerca de los centros de detención que operan en sus propios países. En 2017, un diputado británico escribió un artículo revelador sobre las condiciones dañinas del sistema de detención y el impacto de esta sobre la salud mental de los detenidos, titulado “Soy diputado, y visité de encubierto un centro de internamiento de extranjeros – lo que descubrí fue impactante”. Tan revelador como la realidad oculta a la que se refiere el artículo, es tal vez el hecho que el representante electo se sintiese obligado a ir encubierto para descubrir en qué consiste la detención. Raramente se permite el acceso de periodistas, investigadores o ciudadanos a las instalaciones de internamiento y la información del interior está fuertemente controlada. Durante el rodaje de Island of Hungry Ghosts, el gobierno australiano implementó las controvertidas “leyes de secreto” que amenazaba a los trabajadores de los centros de internamiento externalizados con dos años en prisión si divulgaban públicamente información sobre abusos o negligencias en las instalaciones. Tras varios recursos de gran repercusión ante el tribunal supremo, el gobierno se vio obligado a diluir estas disposiciones para facilitar a trabajadores sociales, abogados, enfermeros y guardias de seguridad que trabajan en los centros australianos de reclusión off-shore la posibilidad de hablar en público sobre el alarmante trato a los detenidos, sin acabar en la cárcel por ello. Solo cuando se realizan investigaciones encubiertas sale a la luz la realidad de los abusos y de las subsiguientes crisis de salud mental que se producen en las instalaciones de internamiento.
Con la cuestión del internamiento generando titulares en las dos últimas décadas y la mayor frecuencia de las noticias sobre los tratos inhumanos, los políticos parecen haber comenzado a escuchar. En el Reino Unido, tras una letanía de informes oficiales (incluyendo el de la BMA de 2017, el crítico Shaw Review de 2015 y 2018, la Encuesta sobre internamiento de extranjero del Comité Conjunto de Derechos Humanos de 2019, y la vergüenza del escándalo Windrush), el ministro de Interior Sajid Javid anunció planes para reducir las infraestructuras de internamiento de extranjeros en un 40% desde 2015. En Australia, tras similares niveles de presión y de investigación oficial, a finales de 2018 se proclamó el cierre (por el momento) del centro de internamiento de la Isla de Navidad donde trabajó Poh, llevándose a los últimos detenidos a tierra firme australiana. No obstante, hay preocupaciones más graves que atender en la política migratoria. En la proyección de Island of Hungry Ghosts a la que asistí en Glasgow, se esperaba la presencia de Poh para participar en la charla-coloquio junto a la directora Gabrielle Brady. Sin embargo, en una cruel ironía, se nos comunicó que no podría venir debido a las restricciones en la frontera del Reino Unido y había tenido que regresar a Francia. Al parecer, Poh nunca había pasado por algo así anteriormente, pero las duras condiciones de la política de “entorno hostil” del Reino Unido se van convirtiendo cada vez más en la norma. Está claro que las preocupaciones crecientes sobre seguridad fronteriza en todo Occidente están eclipsando los pequeños pasos de reforma de los regímenes migratorios y sistemas de internamiento. La importancia de la investigación periodística y la realización de películas desde los márgenes y límites de la sociedad, donde tiene lugar la dura realidad de las políticas migratorias, nunca ha sido tan clara.
Max Cohen
Max es de Glasgow, Escocia. Tras haber completado un Máster en Estudios Migratorios en la Universidad de Oxford, en la actualidad se dedica a viajar, leer e investigar mientras prepara la admisión a un doctorado en Geografía Económica. Le interesa una amplia variedad de asuntos sociales y políticos, desde la economía política a la musicología. Además de escribir e investigar, Max disfruta con la música y el fútbol, toca el piano y marca tripletes de vez en cuando.