Antes de que la pandemia de COVID-19 obligase a cerrar las fronteras, el mundo se caracterizaba por la globalización y la movilidad entre países y continentes. En la Unión Europea, el principio de libertad de circulación dio lugar a una elevada movilidad entre sus ciudadanos. Algunas personas de los países del Este, más pobres, buscaron fortuna en Europa Occidental, más rica. Los trabajadores migrantes llegaron en gran número: algunos empleados legalmente, otros encontraron empleos informales. Sus vidas estaban ya en crisis antes de que se vieran sacudidas por un virus, agravando su frágil situación social y económica. Para ellos, la migración significaba trabajar, trabajar significaba ingresos, y los ingresos significaban un sustento para la familia extensa en su lugar de origen. Este artículo se ocupa de un grupo marginado de migrantes: los hombres que son víctimas del trabajo forzado. Las entrevistas hechas a 15 hombres, que recibieron ayuda en un refugio en una dirección secreta en Noruega, nos dan una idea de su difícil situación.
“El policía de la sección de trata de personas me dijo que no tengo cara de víctima”, recordó Peter. Los hombres no solo son víctimas del trabajo forzado; también son víctimas de la falsa idea de que la explotación de las mujeres a través de la prostitución es la única forma de trata. A escala global, el número de víctimas de trabajo forzado es tres veces superior al de las víctimas de la trata sexual. En el sector privado, el 42% de las víctimas del trabajo forzado (6,72 millones de personas) son hombres. Al centrar toda la atención en las mujeres víctimas de la explotación sexual, el público, los medios de comunicación, la policía, los tribunales y los investigadores demuestran un sesgo de género.
Peter había aceptado las condiciones duras de trabajo en la cocina de un restaurante. El salario prometido era mejor que lo que pudiese ganar en su tierra. Peter pronto se dio cuenta de que estaba peor de lo que había previsto: compartía una habitación sucia con varios compañeros de trabajo, por la que les cobraban un alquiler desorbitado. Las horas de trabajo aumentaban y el salario disminuía, creando un círculo vicioso: Peter trabajaba duro, esperando recibir su sueldo íntegro, mientras que no tenía suficiente dinero para regresar a casa. Su jefe retenía el salario en una cuenta inaccesible para Peter. Las amenazas se volvieron cada vez más comunes y Peter temió que fuera a perder todo lo que había ganado si se quejaba. Dejar el trabajo no parecía una opción. Estaba atrapado en lo que parecía una prisión sin rejas: incapaz de administrar sus ahorros, no tenía medios para marcharse de Noruega. Aunque las fronteras seguían abiertas, Peter no podía volver a casa.
“La policía no se preocupa porque soy inmigrante”, dijo otro entrevistado. Los migrantes son especialmente vulnerables a ser explotados con fines de trabajo forzoso, ya que no hablan el idioma local, carecen de una red de apoyo para aconsejarse y no conocen las leyes nacionales, sus derechos ni cómo defenderlos. Además, los hombres migrantes suelen tener que cumplir las expectativas de mantener a sus familias en el lugar de origen. Todos los entrevistados habían llegado a Noruega para trabajar, y cualquier salario era mejor que ningún salario. Sus traficantes, plenamente conscientes de estas expectativas, explotaron la vulnerabilidad de estos hombres.
La trata de personas y el trabajo forzado son violaciones graves de los derechos humanos. La atención política, social y jurídica, sin embargo, se ha centrado únicamente en las mujeres y los niños, sobre todo como víctimas de la explotación sexual. El Protocolo de Palermo de la Convención de Naciones Unidas sobre el Crimen Organizado Transnacional menciona a las mujeres y a los niños siete veces, mientras que no hay referencias específicas a los varones como víctimas de trata. Su protección legal en Europa también es débil: de 62.000 sentencias, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha abordado la trata de personas solo 14 veces. “Nadie podrá ser constreñido a realizar un trabajo forzado u obligatorio”, declara el artículo 4(2) del Convenio Europeo de Derechos Humanos. Sin embargo, es llamativo que el Tribunal haya encontrado un incumplimiento de esta disposición solo en cinco casos, haciendo que la jurisprudencia sobre trabajo forzado sea insignificante. El escaso número de sentencias también influye en el desarrollo legal a nivel nacional y afecta negativamente a las víctimas.
¿Cuáles son las posibilidades de que Peter consiga un enjuiciamiento nacional? Las estadísticas noruegas muestran un panorama de protección jurídica débil para los hombres víctimas de trabajo forzado. La mayoría de los casos (77%) se refieren a la explotación de las mujeres en la prostitución. Esto concuerda con los estudios internacionales que apuntan a que las mujeres son vistas como “víctimas emblemáticas” [1]. En 2018, de 35 casos solo 7 fueron enjuiciados. Pero, ¿por qué tan pocos casos? Al adaptar continuamente los medios de explotación, los traficantes eluden deliberadamente la ley. Además, las campañas contra la trata se han centrado sobre todo en las mujeres que son obligadas a prostituirse. Estas campañas también afectan las prioridades de la policía y los tribunales que investigan y juzgan únicamente casos de prostitución forzada.
¿Quiénes son los hombres explotados con fines de trabajo forzado? Existe el prejuicio de que las víctimas del trabajo forzado son un grupo uniforme, pero se trata más bien de una amalgama de destinos individuales. Los entrevistados eran hombres desempleados de áreas pobres de Europa del Este. Sin embargo, no eran en absoluto un grupo homogéneo: tenían edades entre 19 y 63 años, algunos tenían títulos universitarios, algunos llegaron a Noruega en busca de aventuras y trabajo, algunos tenían obligaciones familiares, mientras que otros no. Su rasgo común era su deseo de migrar para trabajar. Su sustento dependía de estos ingresos. Eran migrantes laborales que se habían convertido en víctimas del trabajo forzado. A pesar de las fronteras abiertas, estos hombres estaban atrapados en una inmovilidad involuntaria.
¿Cómo Podemos ayudar a estos hombres? Los investigadores tienen que llenar la actual laguna de investigación y superar el sesgo de género en sus trabajos sobre trata de personas, especialmente en cuanto a la trata de hombres con fines de trabajo forzado. Nuevas investigaciones deben difundirse entre el público, los medios, la policía y los tribunales. Hasta ahora, existen pocas bases de datos sobre los hombres víctimas, porque la mayor parte de las investigaciones se centran en las mujeres víctimas de la explotación sexual: de 651 artículos publicados en revistas académicas jurídicas solo el 3% se dedicaban a los hombres, y los hombres adultos eran solo el objeto de un artículo. Es más importante, sin embargo, una interpretación de género neutro de la ley para abarcar a todas las víctimas del trabajo forzado: mujeres, niños y hombres.
Los entrevistados habían puesto sus esperanzas de futuro en la libertad de circulación en Europa. Los sueños de los hombres de conseguir ganarse la vida en el extranjero se rompieron en primer lugar cuando los traficantes los obligaron a realizar trabajos forzados. Los traficantes limitaron la libertad de movimientos de los hombres secuestrando sus salarios, por medio de intimidaciones, amenazas y deudas fraudulentas. Entonces, la pandemia se llevó la poca libertad que aún les quedaba a estos hombres. El COVID-19 favoreció a los traficantes: sus víctimas no podían marcharse, aunque quisieran. Con las fronteras y los aeropuertos cerrados, los vuelos cancelados y las prohibiciones de viaje, los hombres están ahora atrapados. No pueden regresar a casa, reunirse con sus seres queridos ni encontrar otro trabajo.
Como víctimas del trabajo forzado, los hombres estaban en un limbo mucho antes de la pandemia. La crisis actual, sin embargo, ha llevado no solo a la abolición de su movilidad, sino también a la violación de muchos derechos humanos: los principios de dignidad e igualdad, el derecho a la familia, la libertad de circulación y el derecho a marcharse de un país. Ahora que Europa está volviendo a abrirse gradualmente, los hombres podrán finalmente volver a casa. ¿Qué les espera allí? Encontrarán a sus familias, pero también una economía colapsada y aún menos posibilidades para ganarse la vida. La pandemia y sus consecuencias económicas obligarán a los hombres a marcharse de nuevo hacia un futuro incierto donde, como migrantes, retomen su papel como uno de los grupos sociales más marginados de Europa.
Notas y referencias
[1] Jones, Samuel Vincent. 2010. ‘The Invisible Man: The Conscious Neglect of Men and Boys in the War on Human Trafficking’. Utah Law Review 2010(4), 1143-1188; Hebert, Laura. 2016. ‘Always Victimizers, Never Victims: Engaging Men and Boys in Human Trafficking Scholarship’. Journal of Human Trafficking 2(4), 281-296; Radeva Berket, Mariyana. 2015. ‘Labour exploitation and trafficking for labour exploitation—trends and challenges for policy-making’. ERA Forum 16, 359–377.
Carola Lingaas
Carola es profesora asociada de Derecho en la Universidad Especializada VID en Oslo (Noruega). Tiene un Doctorado en Derecho Internacional. Su investigación se interesa por los derechos humanos y el derecho penal internacional en la intersección entre el derecho y las ciencias sociales. Antes de pasar a la universidad, trabajó durante varios años con la Cruz Roja. LinkedIn: https://www.linkedin.com/in/carola-lingaas-louwerse-33867952