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El COVID-19 no ha alcanzado a las comunidades sirias de Oriente Próximo, pero sus consecuencias sí

ANN-CHRISTIN WAGNER, SHAHER ABDULLATEEF & LISA BODEN  |  20 DE JUNIO 2020  |  TRADUCIDO DEL INGLÉS  |  ROUTED Nº10
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Mujer siria cociendo pan con ayuda de un tannour, un horno tradicional utilizado en zonas rurales, en el occidente de Alepo, mayo 2020.

En un pueblo del occidente de Alepo, un hombre entra en una carnicería. Pide al dependiente que le ponga 500 libras sirias (£0.80) en carne picada. “Ala rasi” (literalmente “sobre mi cabeza”), contesta el dependiente, empleando una fórmula común de cortesía. Meticulosamente, empaqueta la carne, una loncha diminuta, no mayor que el dedo meñique del cliente. En tiempos en que los carniceros sirios cobran 11.000 libras sirias por un kilo de carne, este es, por supuesto, un chiste amargo.

 

Lo compartió con nosotros un participante en nuestro proyecto From the Field (“Desde el terreno”). Desde abril de 2020, y gracias a la financiación del SRC-Global Challenges Research Fund de la Universidad de Edimburgo, hemos estado utilizando encuestas y etnografía a distancia para evaluar el impacto del COVID-19 sobre la seguridad alimentaria y el sustento agrícola de los sirios desplazados en Oriente Próximo. Este artículo presenta resultados preliminares de encuestas por WhatsApp y “diarios de alimentos” digitales de 40 familias sirias en Jordania, Turquía, el Kurdistán iraquí y el norte de Siria. Sostenemos que, aunque el COVID-19 no haya alcanzado a las comunidades sirias de Oriente Próximo, sus consecuencias sí lo han hecho, dejándolas sin ingresos e incapaces de sobrellevar las subidas de precios de los alimentos y el transporte público.

 

A lo largo de las últimas tres semanas, hemos hablado con sirios que viven en ciudades grandes como Irbid (Jordania), Gaziantep (Turquía) y Erbil (Kurdistán iraquí), en pueblos y ciudades pequeñas en la frontera siria y en campamentos de personas internamente desplazadas en el norte de Siria y campos de refugiados en el Kurdistán iraquí. Las encuestas fueron realizadas a distancia por investigadores asistentes sirios que hablan el idioma y están integrados en las comunidades que estudian. Lo que tienen en común todos los participantes es que proceden originalmente de zonas rurales y muchos de ellos aún trabajan en la agricultura o en la producción de alimentos, incluso quienes viven ahora en zonas urbanas. De media tienen en torno a 35 años y viven en familias de cinco personas; dos tercios son hombres. A estas alturas ya todos han oído hablar del nuevo virus, mayormente a través de los medios de comunicación e Internet, pero por el momento no ha sido más que un peligro lejano. La mayoría de los participantes se sienten tan sanos como de costumbre, y ninguno se ha hecho las pruebas del virus. Sin embargo, en Turquía y Jordania (y en menor medida en el norte de Siria y el Kurdistán iraquí) todos han comprado mascarillas. Muchos también han pasado a almacenar productos básicos (como aceite, harina y azúcar), quedarse en casa y limpiar más a menudo. Una amenaza más inminente, sin embargo, es la pérdida de empleos y el alza de los precios. El cambio en los hábitos de consumo funciona como un indicador drástico de cómo la pandemia afecta a la seguridad alimentaria de los sirios desplazados. En los últimos siete días, todos nuestros participantes han consumido comida más barata al menos alguna vez. Casi la mitad han comprado comida a crédito, y más de la mitad han reducido el tamaño de las raciones. Más de un tercio de los participantes han pasado días enteros sin comer. Para los sirios desplazados, el COVID-19 es una crisis alimentaria, no sanitaria; veamos por qué.

 

Aunque los sirios desplazados vivan en zonas rurales y trabajen como jornaleros en el campo, compran casi toda la comida que consumen en tiendas. Solo en Jordania y en el norte de Siria algunos de los participantes cultivan su propia comida. En todas las áreas de estudio la mayoría de los participantes confirmaron que los mercados están abiertos y funcionan como siempre, aunque con horarios de apertura reducidos en países como Turquía. El norte de Siria, de donde recibimos vídeos de estantes medio vacíos en tiendas y almacenes, es una excepción: los resultados combinados de los cierres de fronteras y la caída drástica de la libra siria frente al dólar han alterado la importación de alimentos. Para la mayoría de los sirios desplazados fuera de Siria, la disponibilidad de comida no es el problema. Lo que les afecta directamente son las acentuadas subidas de precios de los productos alimentarios básicos, a veces de hasta el 100%, así como del transporte público.

 

Esta situación se ve agravada por la pérdida abrupta de empleos: casi el 80% de los participantes cuentan que sus horas de trabajo se han reducido y más del 80% sufren pérdidas de ingresos. Los confinamientos permanentes o intermitentes afectan a los conductores de camiones en Turquía, a los trabajadores agrarios que no pueden encontrar transporte hasta los campos de las afueras de Gaziantep y a las mujeres que han sido despedidas de sus empleos en los invernados del Desierto Oriental de Jordania. Más del 40% de los participantes no tienen acceso a efectivo ahora mismo. Un padre sirio con tres hijos le pidió al investigador asistente que realizaba la encuesta que se asegurara de que entendíamos que le quedaban solo unas 100 liras turcas (aproximadamente £5) en la cartera. Una cuarta parte tiene la fortuna de recibir remesas de sus parientes en el extranjero, pero las obligaciones familiares van en ambas direcciones. Una joven en Turquía se queja: “Mi familia entera está en Siria y necesita mi ayuda, ¡no al revés!”. Como consecuencia, la resiliencia de los sirios desplazados frente a más shocks económicos es limitada. Varias familias tuvieron que dejar de almacenar alimentos porque se quedaron sin dinero poco después de que comenzaran las restricciones al movimiento. Si continúan las restricciones y no llega ninguna ayuda humanitaria, tendrán que reducir su ingesta alimentaria aún más, y pasar hambre.

 

Esta terrible realidad solo refleja una parte de la historia. Nuestros participantes están profundamente preocupados por la comida, pero también por otros gastos. En los campos de personas internamente desplazadas en Siria y en los campos de refugiados en el Kurdistán iraquí, las personas desplazadas suelen vivir sin costes de vivienda. En el norte de Siria, algunos de los participantes en nuestra encuesta aún habitan en sus propias casas, incluso cuando sus lugares de origen se han visto muy afectados por el desplazamiento. Pero en la mayoría de las ubicaciones fuera del país, el alquiler mensual supone una gran carga para los hogares refugiados. Tomemos el ejemplo de un hombre sirio, cabeza de una familia de siete personas, que vive actualmente en Şanlıurfa, al sur de Turquía. Antes de que empezase el confinamiento, solía ganar unos ingresos diarios de 50-80 liras turcas (aproximadamente £6-£9) como trabajador agrícola. Ahora su trabajo se ha detenido por completo. Sin ninguna otra fuente de ingresos, aún tiene que pagar el alquiler mensual de 500 liras turcas (aproximadamente £68) por el apartamento de la familia.

 

En torno a la mitad de los participantes también están apenados por no haber podido regalar ropa a sus hijos como es tradición en Eid al-Fitr, la festividad islámica que marca el final del Ramadán. Un hombre en Jordania tiene problemas para convencer a sus hijos de que no podrán ir a jugar al parque durante las fiestas. Otra familia en Jordania tuvo que dejar de intercambiar comida con sus queridos vecinos. Casi todo el mundo reconoce que limpiar, cocinar y educar a los niños ha aumentado la carga de trabajo de las mujeres en el hogar. Algunos hombres sirios añadieron que al estar encerrados en casa se dieron cuenta de todo lo que sus mujeres estaban haciendo por la familia, y ahora colaboran más en el trabajo doméstico.

 

Esto es por lo que adoptamos un enfoque ascendente al estudio de cómo afecta el COVID-19 a la seguridad alimentaria de las personas desplazadas: los datos etnográficos, incluso a distancia, nos ayudan a entender las repercusiones culturales y sociales de las medidas de alivio del COVID-19 en un momento especial del año, cuando tanto el ayuno como las comidas en común son centrales para las vidas de nuestros participantes musulmanes. Los diarios de alimentos digitales nos dan una imagen vívida de las reacciones de los sirios desplazados frente a la inseguridad alimentaria: hemos recibido vídeos de comidas de Ramadán preparadas con mimo y niños excitados esperando a romper el ayuno.

 

A menudo, las preguntas de las encuestas sirven para dar lugar a más relatos y los investigadores asistentes dejan notas en los márgenes que insuflan vida a lo que de otra manera podría convertirse en una descripción plana de las dificultades de los sirios con el confinamiento. A veces, esto se vuelve un intercambio entre las dos partes, como por ejemplo cuando una participante en Jordania cuenta que no puede comprar desinfectante de manos, pero luego recomienda a los investigadores su mezcla casera de zumo de limón y cardamomo. La investigación etnográfica remota nos permite conocer cómo las restricciones al movimiento reconfiguran las relaciones dentro de las familias sirias, y también con los vecinos, empleadores y comunidades receptoras. También habla de cómo los sirios hacen frente a formas prolongadas y nuevas de pobreza: las familias sirias encuentran maneras de apoyarse unas a otras durante el confinamiento. Y a veces, los participantes comparten un chiste para subrayar lo absurdo de ir a comprar en tiempos del COVID-19.

 

Por ahora, los sirios desplazados dentro y fuera de Siria no sienten aún las implicaciones sanitarias de la pandemia, aunque a menudo toman precauciones como distanciamiento social, mascarillas y limpieza excesiva. El chiste de la carnicería transmite la difícil realidad que supone el que en el norte de Siria un kilogramo de carne cuesta ahora 27 veces más que antes del conflicto sirio. Las restricciones al movimiento y los cierres de fronteras que todos los países de Oriente Próximo han puesto en práctica para contener el contagio del COVID-19 afectan desproporcionadamente a las personas vulnerables que dependen de la movilidad para acceder a los lugares de trabajo agrícola y a los mercados. Como consecuencia, les han golpeado con especial fuerza los efectos indirectos de la pandemia: la pérdida de ingresos para los trabajadores agrícolas y el alza de los precios de los alimentos (así como las tarifas del transporte público). Por desgracia, la inseguridad alimentaria y la inestabilidad no son nada nuevo para muchos sirios desplazados. La crisis actual acentúa las condiciones de vida y de trabajo precarias que muchos llevan ya casi una década afrontando, y pone en riesgo los mecanismos de supervivencia individuales y comunitarios que les han permitido mantenerse a flote hasta ahora.

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Ann-Christin Wagner

La Dra. Ann-Christin Wagner es profesora de antropología del desarrollo en la Universidad de Edimburgo e investiga sobre el trabajo de los refugiados en Oriente Próximo.

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Shaher Abdullateef

El Dr. Shaher Abdullateef es investigador independiente y especialista en ciencia agrícola y seguridad alimentaria. En la actualidad está involucrado en varios estudios multidisciplinarios, incluyendo el Syrian Food Futures Project en la Global Academy of Agriculture and Food Security, Universidad de Edimburgo.

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Lisa Boden

La Dra. Lisa Boden es especialista en epidemiología veterinaria y salud pública y dirige el Syrian Food Futures Project en la Global Academy of Agriculture and Food Security, Universidad de Edimburgo.

Los doctores Lisa Boden, Ann-Christin Wagner y Shaher Abdullateef están colaborando con otros investigadores de las Universidades de Edimburgo y Aberdeen, y socios del proyecto del CARA (Council for At-Risk Academics) Syria Programme, en una beca de investigación SFC-GCRF sobre el COVID-19 y sirios desplazados en Líbano, Jordania, Turquía, el Kurdistán iraquí y el noreste de Siria. 

Su nuevo proyecto “From the FIELD” emplea encuestas y etnografía a distancia para evaluar el impacto del COVID-19 en las cadenas de distribución de comida locales y el sustento agrícola de las personas desplazadas en Oriente Próximo. Para saber más, sigue a los miembros del equipo en Twitter: @Lisa_A_Boden, @ann_wagner_ed and @ShaherAbdulla

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