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Objetos de (in)movilidad en Amán, Jordania: Los impactos de los viajes migratorios sobre el hogar

ANNABEL C. EVANS  |  15 DE AGOSTO 2020 |  TRADUCIDO DEL INGLÉS  |  ROUTED Nº11
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Bajo el calor del sol de agosto, Yousef y Myriam*, líderes de una iglesia en el este de Amán, me invitaron a sentarme con ellos para hablar de sus experiencias migratorias en Jordania. Respiré aliviada, por tanto, cuando entré en el fresco oasis que era su casa. Parte del complejo de la iglesia, su casa quedaba bajo la sombra del campanario, erguido orgullosamente entre los minaretes de la ciudad. Manteniendo el estilo de su entorno, el exterior de la casa era simplemente otra estructura de caliza más, mientras que el interior escondía un mosaico vibrante de color y textura con los muchos objetos que decoraban la casa. Las imágenes se abrían paso en las paredes; las mesitas y las estanterías rebosaban de bagatelas y souvenirs.

 

Yo estaba en Jordania realizando mi investigación de doctorado sobre las nociones del hogar en la diáspora entre los cristianos de Amán. Me interesaba descifrar las complejas dinámicas de la identidad nacional y religiosa expresada en los hogares físicos y lo que significa estar “en casa” después de haber migrado. Pensaba que el hogar era un contexto interesante para explorar la migración, una paradoja curiosa de la movilidad y la inmovilidad. Viajes múltiples, emprendidos por razones diferentes, con distintos resultados y perspectivas de futuro, dejan en cada caso sus propias impresiones en el hogar.

 

Lo que quedó claro muy pronto fue el nivel de movilidad que habían disfrutado Myriam y Yousef. Habían viajado, habían estudiado, se habían conocido y enamorado, y se habían dedicado a un propósito religioso en el que creían. A lo largo de estos múltiples viajes habían acumulado una colección extraordinaria de objetos que ahora servían como un recordatorio visceral de estas experiencias.

Yousef era jordano de origen palestino; su familia había venido de Jaffa en 1948. Señaló una vieja fotografía en blanco y negro de la histórica ciudad portuaria que colgaba de la pared. Su padre había nacido durante el trayecto, mientras su familia huía hacia el este, en una habitación de invitados de un pariente lejano. Bromeó con su nacimiento había sido como el de la historia de la natividad, aclarando por si acaso que ni él ni su padre eran en realidad Jesucristo. La familia había llegado a Jordania cuando Amán era poco más que un centro administrativo. Su padre y sus tíos habían encontrado trabajo en el ferrocarril y contribuyeron así al desarrollo de la ciudad. Me enseñaron un álbum de fotos de una reciente visita familiar a la antigua estación de tren de Amán, ahora en desuso y convertida en un museo.

 

Myriam provenía de una extensa familia siria. Interesada por la teología y la música, había ido al Colegio Bíblico en Beirut. Sus logros académicos quedaban de manifiesto en los múltiples certificados enmarcados con montura de oro. Su actividad musical estaba representada por el piano situado discretamente en la esquina. Las pilas de partituras estaban colocadas encima en un equilibrio precario, a punto de salir revoloteando a la más mínima alteración. El calor inmisericorde de Jordania no era amable con los pianos, me explicó más tarde, cuando tocó para mí una breve melodía.

 

Fue en Beirut donde se conocieron. Después de casados, se habían trasladado hasta Nueva Zelanda, donde él había seguido estudiando. Ella se había dedicado entonces a la fotografía; los famosos paisajes dramáticos de Nueva Zelanda que decoraban sus paredes contrastaban con la sequedad del paisaje estival de Jordania. Habían pasado tiempo en los Países Bajos, trabajando para la Iglesia, antes de regresar a Jordania. Un par de zuecos pequeñitos de cuando estaban allí hacían compañía a mi taza de té sobre la pequeña mesa del salón que estaba a mi lado.

 

No obstante, también había objetos que conmemoraban una historia de inmovilidad y lugares perdidos. Había una variedad maravillosa de cerámicas y bordados típicamente palestinos. Procedían de visitas a Palestina y del trabajo de Yousef como líder de una iglesia en Ramallah justo antes de la Segunda Intifada. Las visitas continuas a Cisjordania son posibles con la documentación adecuada; visitar Jaffa, sin embargo, es muy improbable. Estos objetos simbolizan una Palestina perdida, manteniendo su memoria viva a través de la representación material de esta conexión emotiva.

 

Siria también se había convertido ahora en un lugar inaccesible. Con orgullo, Myriam me enseñó su colección de antigüedades sirias, sus cazuelas de latón y un viejo tocadiscos que había encontrado en el mercado del centro de Amán. Había maneras de saber que era sirio, me explicó. Una de ellas era la calidad: “Los productos sirios están mejor hechos que los jordanos”. Estaba orgullosa de ser siria y lamentaba lo que le parecía una falta de “cultura de verdad” en Jordania. Siria, en comparación, era “la joya de la corona árabe que se ha perdido, tal vez para siempre”.

 

Su amor por el coleccionismo, la conmemoración y la decoración de su hogar con objetos era un testimonio de sus viajes de (in)movilidad, de lugares visitados y queridos, de lugares perdidos y llorados. Los objetos estaban dispuestos unos al lado de los otros: unos rememoraban un recuerdo entrañable, como las fotos de Nueva Zelanda de Myriam; otros conmemoraban algo perdido, como la foto en blanco y negro de Jaffa. El significado contenido en estos objetos no era interpretable por sí mismo, solo salía a la luz con el relato de estas historias de movimiento y migración. Solo juntos conseguían estos artefactos aparentemente paradójicos dar forma a la esencia de su hogar, como un reflejo de su vida a través de múltiples viajes. Para Yousef y Myriam, la migración no era un proceso lineal, sino multidireccional y, probablemente, aún en marcha. El hogar como simple estructura se había vuelto temporal, ya que su sentimiento personal de permanencia residía en los objetos colocados superficialmente sobre las paredes.

 

Finalicé mi visita preguntándoles dónde se sentían en casa. Hubo un breve silencio antes de que Myriam respondiese: “Mi hogar es allí donde esté mi marido”, reconciliándose con el movimiento continuo que aún les depararía la vida. El hogar tal vez no sea una ubicación permanente para Myriam y Yousef, sino que se encuentra en la multitud de caminos que han tomado y los que tomarán aún, convergiendo en los objetos que coleccionaron juntos durante el recorrido. A modo de conmovedor epitafio a nuestro tiempo juntos, me despidieron sus sonrisas radiantes desde una fotografía de su boda en Siria, colgada junto al marco de la puerta que atravesaba para salir.


 

Los nombres utilizados son seudónimos, empleados para proteger la identidad de los participantes en la investigación.

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Annabel C. Evans

Annabel Evans es estudiante de segundo año de doctorado en la Universidad de Loughborough en el Departamento de Geografía y Medio Ambiente. Con una formación interdisciplinar, llegó “tarde” al mundo de la geografía, pero disfruta de las conexiones críticas entre personas y lugares que puede explorar desde allí. Su proyecto de doctorado se centra en las nociones de hogar y diáspora, cristianos de origen palestino en Jordania, donde pasó seis meses en 2019 realizando su trabajo de campo. Ahora se le puede encontrar en su oficina improvisada para el confinamiento, resistiendo la tentación de pasar el tiempo haciendo punto y horneando. Puedes encontrarla en Twitter @gyace7 o en a.c.evans@lboro.ac.uk.

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