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Apatridia pandémica en Mesoamérica

JORGE E. CUÉLLAR  |  20 DE JUNIO 2020  |  TRADUCIDO DEL INGLÉS  |  ROUTED Nº10
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Fotografía de Rubén Figueroa.

Cuando los estados han cerrado sus puertas a los viajes no esenciales, los migrantes que viajaban hacia el Norte, de Centroamérica a los Estados Unidos, se han visto atrapados en los confinamientos de distintos países, con frecuencia obligados a pasar la cuarentena en naciones extranjeras que solo habían planeado cruzar. Los cierres generalizados a causa del COVID-19 han creado una situación compleja en las regiones fronterizas de Mesoamérica, en particular en la frontera entre Guatemala y México, la frontera que todos los centroamericanos que intentan llegar al Norte deben, por regla general, atravesar. 

 

El trance en el que se hallan los migrantes en pleno episodio del coronavirus aumenta las tensiones existentes en el contexto de la militarización de la frontera entre Guatemala y México. Los migrantes han sido objeto de redadas y se les ha trasladado a “cárceles de migrantes” en las fronteras, donde las pésimas condiciones hacen que sea imposible mantener el distanciamiento social y la higiene. Aunque la práctica de encarcelar a los migrantes no es nueva y también persiste en los campos de la frontera entre EE.UU. y México, los informes constatan que se ha intensificado el miedo entre los migrantes, quienes se sienten vulnerables al contagio en las cárceles de migrantes en México. A finales de marzo, este miedo justificado estalló en forma de huelgas de hambre en lugares como Tapachula, mientras que en la ciudad fronteriza de Tenosique se desató un incendio dentro de una cárcel de migrantes para protestar contra las condiciones decrépitas y el hacinamiento.

 

El Movimiento Migrante Mesoamericano (MMM), clave para documentar las vidas de los migrantes anteriormente y ahora durante la pandemia, lleva décadas acompañando a los migrantes que viajan a través de Centroamérica y México, haciéndose eco de las enseñanzas sociales católicas. El MMM registra meticulosamente las condiciones cambiantes de la ruta migratoria, poniendo al descubierto los excesos de los aparatos de seguridad transnacionales, policías y patrullas militares, que han hecho que la migración sea una opción cada vez más peligrosa. Apoyan la búsqueda de las caravanas de madres que tratan de localizar a sus hijos desaparecidos, en una región que el activista del MMM Rubén Figueroa ha bautizado como el “Triángulo de las Bermudas para los migrantes”. Se han convertido en un importante bastión para la defensa de los derechos humanos de los migrantes, ofreciendo ayuda a las familias para recuperar huellas de sus seres queridos desaparecidos. Su trabajo ofrece coherencia en contextos donde en la actualidad no existen prácticamente mecanismos institucionales de justicia que alcancen a dar garantías a la migración transnacional.

 

Hoy, la implementación militarizada de las órdenes de “permanecer en casa” en México hace imposible que los migrantes puedan seguir viajando hacia el Norte o regresar a Guatemala, y el hecho de que Guatemala haya recibido deportados contagiados de COVID-19 (procedentes de EE.UU. y México) ha desencadenado una ola de discriminación hacia los migrantes en su país de origen. Esta situación, a la que se suman los objetivos globales del control migratorio dirigido por EE.UU., ha afectado también enormemente a la vida en la región fronteriza. Los migrantes han sido abandonados fuera de sus países de origen, y se han ocultado aún más los abusos. Esta cambiante realidad migratoria ha producido, según los informes del MMM, la condición de estar atrapados entre países, provocando en los propios migrantes un inmenso estrés emocional y psicológico debido a la falta de acceso al territorio natal. Esto, a lo que yo llamo “apatridia pandémica”, trata de captar la condición de no poder regresar al propio país donde de forma tácita la nacionalidad parece estar temporalmente suspendida. Obligados a padecer los caprichos de la política, los procedimientos administrativos y el maltrato en un país de tránsito, los migrantes quedan sujetos a políticas estatales que ignoran sus derechos, su salud y su bienestar.

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Fotografía de Rubén Figueroa.

La inmovilidad ligada al COVID-19 ha dejado a personas en la calle, condenados a valerse por sí mismos en una sociedad que, como en todas partes, teme al contagio del virus. Esta realidad ha truncado el movimiento en la región fronteriza entre Guatemala y México y ha agravado las condiciones estructurales previas que ya habían recrudecido los regímenes jurídicos y medidas disciplinarias arbitrarias. Las circunstancias de la pandemia han dejado a los migrantes cada vez más indefensos, empeorando aún más la desprotección previa de quienes habitan entre países, quienes viven una vida en movimiento. Para los apátridas temporales, la pandemia ha puesto en relieve la condición migrante de ser sobrante tanto para el país de origen como el de tránsito. Después de sufrir la expulsión, los migrantes centroamericanos tienen que padecer el no retorno, mientras que los pocos que han regresado a Guatemala son vilipendiados y rechazados por sus comunidades de origen, donde el trillado relato de los “migrantes contaminados” (una narrativa producida por las deportaciones desde EE.UU.) sigue arraigado.

 

La cuestión de la apatridia pandémica durante esta emergencia plantea la pregunta de cómo será la Mesoamérica de después de la pandemia. Si las crisis sin resolver que antecedieron al coronapánico pueden tomarse como referente, los problemas estructurales que ya tensan al límite los tejidos vitales de la región, agravados por la mala gestión de la crisis, provocarán nuevas oleadas de personas en dirección al Norte. El camino migratorio volverá de nuevo a rebosar de personas intentando encontrar nuevas oportunidades, reunirse con sus familias y reunir el dinero suficiente para ayudar a sobrevivir a la gente en sus países de origen bajo condiciones económicas aún más deterioradas – como ya anuncian las banderas blancas en Guatemala y El Salvador.

 

¿A qué EE.UU. podrían llegar los futuros migrantes? Actualmente la frontera está cerrada a toda migración, una medida que el gobierno de Trump espera prolongar mucho más allá del final de la emergencia formal. EE.UU., como indican los expertos, sufrirá desempleo y sinhogarismo masivos, que recaerán sobre una población traumatizada por la austeridad económica e inflamada por una supremacía blanca proteccionista. EE.UU. se recuperará, aunque lentamente, de los efectos del coronavirus y de las decisiones políticas racistas que han puesto a los beneficios por delante de las personas. Para EE.UU., e incluso para las naciones mesoamericanas, los migrantes son una preocupación secundaria a la hora de formular políticas interestatales, el último peldaño en la jerarquía del merecimiento. 

 

La apatridia pandémica es una condición emergente que señala el comienzo de problemas extensos que permanecerán después de la crisis de la pandemia. Grupos como el Movimiento Migrante Mesoamericano han sido esenciales para darnos una visión fundada de la acción colectiva migrante entre los mundos militarizados del tránsito; su trabajo sigue siendo invaluable para identificar las presiones incipientes que seguirán sin duda afectando al migrante de hoy y al de mañana. Mientras la migración hacia las economías del norte permanece hasta cierto punto suspendida y los emisores migrantes de remesas pierden sus empleos en EE.UU., las remesas seguirán cayendo en un momento en el que las familias centroamericanas sufren las condiciones económicas más terribles. La post-pandemia será dura para Centroamérica y la situación presente de los migrantes ofrece pistas sobre cómo serán las dificultades que están por venir.

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Jorge E. Cuéllar

Jorge E. Cuéllar es Mellon Faculty Fellow (2019-2021) y Profesor Adjunto (2021-) de Estudios Latinoamericanos, Latinos y Caribeños en Dartmouth College. Cuéllar es un académico interdisciplinar cuyo trabajo está dedicado a la política y la vida cotidiana de la Centroamérica actual, en concreto El Salvador. Basada en la teoría social, sus investigaciones enfatizan las iniciativas de afirmación de la vida que tienen lugar en mundos caracterizados por la fragmentación social, la inseguridad y la degradación medioambiental. Los ensayos públicos recientes de Cuéllar han aparecido en ReVista: Harvard Review of Latin America, El Faro y NACLA. Puedes encontrarlo en Twitter como @infrapolitics.

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